Santiago
Castaño Carpena
Empresario, Diseñador industrial
Yecla, 1952
Vinculado al diseño y la fabricación de mobiliario desde niño (de manera autodidacta), con 20 años decidió convertirse en su propio jefe y fundar en su tierra la empresa SANCAL, mucho más que una fábrica de productos para el hábitat, una marca global con sede en Yecla y presencia en 90 países, destacada con el Premio Nacional de Diseño 2024, y con la que han colaborado, a lo largo de sus 50 años de historia, los grandes referentes del diseño y la arquitectura.

Hay personas que resumen a la perfección el espíritu de un proyecto, y Santiago Castaño es un claro ejemplo del sentido y el valor que tiene y debe tener esta Memoria del Diseño, entendida como una oportunidad para conocer y reconocer la labor de aquellos que han contribuido no solo al impulso del diseño en nuestra región, sino a su desarrollo y proyección nacional e internacional.
Habiendo nacido y trabajado toda su vida en Yecla, una de las poblaciones con mayor concentración de fábricas y talleres de muebles de nuestro país, referirse a Santiago Castaño como “fundador de una gran empresa de mobiliario” sería, aunque cierto, quedarse muy corto para definir a este emprendedor y visionario, cuya labor, silenciosa, se esconde tras una marca que es, sin duda, su mayor legado.
Cuando hablamos de SANCAL, no hablamos de una marca de mobiliario cualquiera, sino de la marca de diseño más importante y relevante de la historia de la Región de Murcia. Una marca que es valiosa —capaz de facturar más de 10 millones de euros al año produciendo diseño—, que es reconocida —en 2024 recibió el Premio Nacional de Diseño—, y que, tras 50 años de historia, ha logrado convertirse en referente del mobiliario de diseño español e internacional. Todo ello, sin perder sus raíces, con el mismo espíritu familiar que la caracterizó (hoy, en manos de las dos hijas del fundador), desde ese cruce de caminos que es Yecla, el lugar que vio nacer a Santiago Castaño un mes de septiembre del año 1952.
A los 11 años, Santiago dejó el colegio y se puso a trabajar de aprendiz en uno de los pocos talleres de tapicería que existían en Yecla. Corría el año 1963, una época que coincidió con el nacimiento de la Feria del Mueble (convertida en la primera feria del sector que se celebraba en España) y la apertura de nuevas fábricas y talleres por parte de trabajadores que, en muchas ocasiones, se habían formado en COMED, la Cooperativa Obrera de Muebles impulsada en 1949 por el párroco de Yecla, verdadero germen del potencial industrial del mueble de Yecla.
Cansado de que le explotaran, tras dos años de aprendizaje, Santiago decidió marcharse a trabajar al campo con su padre. Parece difícil que alguien tan joven pudiera asumir siquiera la idea de ser explotado laboralmente, pero aquel niño con cuerpo de hombre era ya por entonces un tipo orgulloso, de firmes convicciones.
El campo fue solo un refugio temporal en el que apaciguar su carácter revolucionario y muy pronto surgió la posibilidad de volver a trabajar en otra empresa de tapizados en la que uno de los repartidores le ofreció montar una empresa de muebles: “yo los vendo y los reparto y tú, los fabricas”, le propuso. Pero la aventura duró poco y cuando Santiago consiguió zafarse de aquel socio en el que no terminaba de confiar, y recuperar el dinero que había invertido, entró a trabajar como encargado en otra empresa de tapizados.
Fiel a su carácter emprendedor y poco amigo de recibir órdenes, a los 15 años decidió montar, junto a dos compañeros, su primera sociedad, un taller en el que arreglaban muebles y fabricaban un modelo de sillón estilo “María Antonieta” que intentaban vender viajando en furgoneta por pueblos de toda España.
En uno de aquellos viajes, cerca de La Coruña, conocieron al que sería su primer gran cliente, que les aseguró pedidos que brindaban una estabilidad con la que muchos soñaban. Pero Santiago nunca soñó con la estabilidad y sabía que no quería pasarse el resto de su vida fabricando “María Antonietas”, así que, ante la falta de ambición de sus socios, decidió marcharse y montar una nueva empresa. Una que fuera, por fin, reflejo de su personalidad, hasta tal punto que utilizó las siglas de su nombre y sus apellidos para crearla: SANCAL.
La sede original de SANCAL ocupaba un viejo chiquero de 20 metros cuadrados que Santiago adecentó y encaló. Resulta difícil imaginar aquel espacio primigenio, desde la realidad que ocupa hoy una sede corporativa que impresiona, reflejo de una marca convertida en símbolo de vanguardia y diseño.
Lo primero que Santiago empezó a fabricar fueron sofás modulares. Su formación como tapicero y el deseo de innovar y evolucionar el sofá clásico que fabricaban todas las empresas de Yecla en aquella época, le llevó a intentar satisfacer los gustos de una sociedad que evolucionaba y se concentraba en ciudades en las que las viviendas eran cada vez más pequeñas, demandando un mobiliario más versátil y funcional.
Las revistas que caían en sus manos, pero, sobre todo, los viajes comerciales a ciudades como Barcelona, —donde la cultura del diseño estaba en pleno auge—, supusieron para Santiago un acicate y nuevos horizontes, nuevas maneras de concebir un diseño que decidió ejercer de manera autodidacta. Pero la verdadera obsesión de Santiago, —que nunca tuvo la tentación de firmar sus creaciones con su propio nombre y lo hacía con seudónimo—, fue crear una marca, algo que dice mucho de su inteligencia, de su visión a largo plazo y su ambición empresarial, convirtiéndolo en un precursor, un avanzado dentro de una industria casi siempre cortoplacista y dominada, muchas veces, por el ego.
A finales de los años 70, Santiago empieza a viajar a la Feria de Milán junto a su cuñado José Antonio Saura (que por aquel entonces trabajaba en un estudio de arquitectura), descubriendo allí las grandes firmas que dominaban el sector internacional: B&B, Cattelan, Zanotta… Aquellos primeros viajes a la capital mundial del diseño y el encuentro con los gigantes del sector, permitieron a Santiago ampliar sus miras, alimentar su ambición y corroborar que su estrategia era acertada.
Estos viajes junto a su cuñado ayudaron también a poner las bases de lo que años después, en la década de los 80, sería QUARTA, la tienda de mobiliario contemporáneo, diseño e interiorismo, que José Antonio y Santiago fundaron, y que se acabó convirtiendo en otro gran exponente del diseño de nuestra región.
Hoy, con Elena Castaño al frente, QUARTA sigue siendo un lugar único para los amantes del diseño. Un espacio cuidado y singular, que no solo vende muebles de las principales marcas, sino que los expone, en una estrategia mas cercana a lo museográfico que a lo comercial, permitiendo a la sociedad murciana descubrir y conocer, a lo largo de estos casi cuarenta años, a los grandes iconos del diseño: Le Corbusier, Van der Rohe, Eames, Saarinen, Aalto, Castiglioni, Starck, Poulsen, Panton, Jacobsen… Y a los españoles Marquina, Ricard, Tusquets, Coderch y Milá. Y, por supuesto, SANCAL.
QUARTA y SANCAL son dos proyectos que, de alguna forma, se retroalimentan. No solo desde el punto de vista comercial y familiar (Santiago es socio de QUARTA y su hermana Elena es socia de SANCAL), sino desde el propio aprendizaje. “Para nosotros, como fabricantes, fue muy importante saber y entender de primera mano qué es lo que quiere un cliente cuando va a comprar un mueble, pero también poder conocer, por dentro, los procesos de fabricación y comercialización de las grandes marcas de mobiliario que se venden en la tienda”.
La visión internacional de Santiago (que se ha pateado el mundo), contrasta con unos valores muy pegados a sus raíces y a su lugar de origen. “Muchas empresas se han ido a trabajar a China para abaratar los costes de producción, pero yo siempre me he negado. Mi pueblo es mi pueblo. Si nos vamos fuera a que nos hagan los muebles, perderíamos el control total del proceso y también ese vínculo natural con el lugar en el que nacimos y con nuestra gente. Se puede ser una marca global y, al mismo tiempo, ser de aquí”.
La visión internacional de Santiago (que se ha pateado el mundo), contrasta con unos valores muy pegados a sus raíces y a su lugar de origen. “Muchas empresas se han ido a trabajar a China para abaratar los costes de producción, pero yo siempre me he negado. Mi pueblo es mi pueblo. Si nos vamos fuera a que nos hagan los muebles, perderíamos el control total del proceso y también ese vínculo natural con el lugar en el que nacimos y con nuestra gente. Se puede ser una marca global y, al mismo tiempo, ser de aquí”.
Le pregunto por algún hito, algún momento que haya supuesto un antes y un después, y me habla de la colaboración con el japonés Toyo Ito, considerado uno de los arquitectos más innovadores e influyentes del panorama internacional, galardonado con el premio Pritzker en 2013 y autor de obras tan icónicas y reconocidas como la Serpentine Gallery de Londres, la Ópera Metropolitana de Taichung (Taiwán) o la Mediateca de Sendai. “Esta colaboración supuso un espaldarazo a la que siempre ha sido nuestra filosofía: la apuesta por el diseño y la construcción de una marca internacional”.
Además de con Toyo Ito, SANCAL ha colaborado con otros grandes referentes del diseño, como Karim Rashid, Luca Nichetto, Sebastian Herkner o Marie-Luise Rosholm. Y el gran acierto de estas colaboraciones ha sido que estos nombres nunca han estado por encima de la marca, contribuyendo a darle valor, hacerla más notoria y proyectarla a nivel internacional.
Al hablar del fenómeno IKEA, Santiago entiende que el gigante sueco, lejos de ser competencia, se ha convertido en un aliado capaz de favorecer una cultura masiva del diseño que antes no existía. “Al principio, nuestros diseños eran más funcionales y buscaban gustar a un público masivo, pero hoy la marca se puede permitir un mayor nivel de riesgo para diferenciarse y afianzar una personalidad propia. El objetivo de SANCAL no es gustar a todo el mundo, es crear tendencia, inspirar y abrir nuevos caminos”.
Hoy, la búsqueda de esos nuevos caminos y el futuro de SANCAL, recae en sus hijas, Elena y Esther, que en 2007 comenzaron a tomar las riendas de un negocio en el que nunca pensaron suceder a sus padres (Esther es licenciada en Ciencias Políticas y Sociología y Elena es licenciada en Bellas Artes). “Estuve aquí hasta los 70 años, pero entendí que era más una molestia que una ayuda. Ahora vengo solo a ver el correo y tomar un café. Lo están haciendo muy bien, estoy muy orgulloso de ellas. Si no hubiera sido así o ellas no hubieran decidido asumir este reto, habría vendido la empresa”.
Para acabar, le pregunto si no le habría gustado dar clase, enseñar a otros y que su experiencia pudiera ser útil para formar a futuros emprendedores, diseñadores o profesionales del sector. “No creo que hubiera sido un buen profesor. Para ser buen maestro tienes que saber enseñar y yo siempre he preferido hacer las cosas por mi cuenta, sin saber delegar. Soy, quizá, demasiado exigente conmigo mismo e imagino que, inevitablemente, lo acabo siendo también con los demás. Por eso, ahora, lo único que quiero es aburrirme y disfrutar de no pensar en nada, no autoexigirme cada día, que es una sensación nueva para mí. Con la tranquilidad y la seguridad de ya no hay nada que controlar ni supervisar, porque aquello que mi mujer y yo fuimos capaces de crear, está ahora en las mejores manos”.
Regreso a Murcia pensando en la suerte que he tenido de que Santiago me dedique parte de su tiempo para contarme su vida con el fin de que yo pueda compartirla a través de este proyecto. Intuyo que no hace a menudo o que, quizá, nadie antes se interesó por saber quién estaba detrás de aquel pseudónimo que firmaba los primeros diseños de una marca que hoy, admiro más que nunca.
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Jorge Martínez
para MDRM.
Mayo 2025